JUAN PABLO DUARTE
JUAN PABLO DUARTE (1813-1876) (Santo Domingo-Caracas, Venezuela). Padre de la patria. Nació el 26 de enero de 1813, hijo de Juan José Duarte, comerciante español nacido en Vejer de la Frontera, provincia de Cádiz (España) y Manuela Diez y Jiménez, oriunda de El Seibo, República Dominicana, a su vez, de padre castellano y madre seibana.
Según el investigador dominicano Pedro Troncoso Sánchez, es muy probable que el padre de Duarte llegara al país después de firmado el Tratado de Basilea en 1795. ("Vida de Juan Pablo Duarte", pág. 18).
Sin embargo, luego que las tropas de Toussaint ocuparon esta zona (1801) en cumplimiento del acuerdo estipulado por ese tratado, salió del país con su familia con destino a Puerto Rico. Allí le nació un hijo: Vicente Celestino.
La familia Duarte y Diez, regresó después de terminada la guerra de la Reconquista en 1809, cuando nuestro suelo volvió a ser colonia española.
Su padre "trabajó tesoneramente y con provecho, en su negocio de efecto de marina y ferretería en general en la zona portuaria del Ozama, único en su género en la ciudad. En esta época nacieron, además de Juan Pablo Duarte, dos de los cinco hijos llegados a mayores: Filomena y Rosa, y otros fallecidos en la infancia" (Troncoso Sánchez, Ob. cit., pág. 19). Era un hombre de recio carácter, en los momentos difíciles de los primeros momentos de la ocupación haitiana (1822), fue el único comerciante peninsular que se negó a firmar el manifiesto de adhesión a Haití.
Juan Pablo Duarte fue bautizado el 4 de febrero de 1813. Las primeras lecciones de su educación formal, la recibió primero con su madre, y luego con una profesora de apellido Montilla, quien dirigía una pequeña escuela de párvulos.
De aquí pasó a una escuela primaria de varones cuyo nombre se desconoce, donde dio tempranamente muestra de poseer una inteligencia privilegiada. Más tarde fue admitido en la escuela de don Manuel Aybar. Aquí completó sus conocimientos de lectura, escritura, gramática y aritmética elemental.
Después de unos cuantos años, niño aún, recibió clase de teneduría de libros, para luego pasar, ya un adolescente, a recibir la orientación de uno de los más sabios profesores de la entonces recién cerrada Universidad de Santo Domingo: el doctor Juan Vicente Troncoso. Con él estudió filosofía y derecho romano. Aquí también ofreció prueba de una gran vocación de superación, de amor por los estudios.
Deseosos sus padres de no interrumpir las proyecciones en el campo del conocimiento de su hijo, con grandes sacrificios decidieron enviarlo a estudiar al exterior.
Se ha dicho que ya adolescente, comenzó a germinar en su espíritu el ansia de liberar a su tierra de la dominación haitiana. Pero no hay pruebas de ello. El único informe que se tiene al respecto es que, cuando emprendió su viaje con destino a España, vía Nueva York, en el curso del viaje a esta ciudad, el capitán del buque y don Pablo Pujol —a quien fue recomendado— se pusieron a hablar mal de Santo Domingo, y al preguntarle el primero a Duarte si no le daba pena decir que era haitiano, éste respondió: "Yo soy dominicano". Según datos que merecen crédito, el viaje se llevó a cabo en los finales de 1827 o a principios del 1828, es decir, cuando su edad frisaba en los 15 años.
De Nueva York —donde probablemente pasó algunos meses, pues se perfeccionó en "el estudio de idiomas"— emprendió rumbo hacia España, deteniéndose en Londres y en París. Ya en la península ibérica se ubicó en Barcelona, donde tenía familiares.
Es indudable que este viaje le abrió nuevas y amplias perspectivas. Se ha hablado mucho en relación con este punto. En un ensayo poco conocido, Joaquín Salazar sostiene que su estancia en Nueva York le permitió adentrarse en las intimidades de la política norteamericana de entonces. Y refiriéndose a su permanencia en Londres, Félix María del Monte —que más tarde se convertiría en discípulo suyo y en traidor a su ideario— expresa que se interesó en el conocimiento de las instituciones y la política inglesa. Pero como de nada esto hay pruebas documentales fehacientes, forzoso es llegar a la conclusión de que lo dicho por estos autores merece poco crédito.
De su breve estancia en Francia nada se sabe. Sin embargo, hay que presumir que, hallándose este país en el umbral de un importante movimiento revolucionario, algo tuvo él que captar, pese a su juventud, sobre las causas de la inquietud política allí reinante. A ello debió haber contribuido la admiración que probablemente sentía —dadas su inteligencia y el ansia de justicia que latía en su alma— por la gesta de la Revolución Francesa. Para entonces, lo cierto es que toda Europa se hallaba en plena ebullición política, y que fue durante el tiempo que pasó en Barcelona —tiempo que cubrió casi con toda seguridad más de dos años— cuando el viajero se sintió atraido a fondo por esta ebullición.
Cuatro doctrinas políticas sacudían en esos momentos a aquel continente el romanticismo, el liberalismo, el nacionalismo y el socialismo utópico.
Duarte, en el marco de aquella ebullición de nuevas concepciones sobre la vida político-social, se sintió en gran parte ganado por determinados aspectos de las dos primeras. Hay, además, indicios probatorios de que aprovechó su estancia en Barcelona para estudiar derecho. Fue indudablemente entonces cuando comenzó a perfilarse su ideario político, en el cual el nacionalismo y el liberalismo fraternizan, levantándose sobre un fondo romántico, pensó que nuestro pueblo era depositario de una cultura propia, que lo hacía digno de la independencia política. Alcanzada ésta, la nación debía organizarse sobre la base del institucionalismo de la democracia representativa, que a su vez era un fruto del pensamiento liberal. Puesto que respondían a culturas distintas, sostuvo que entre "los dominicanos y los haitianos no es posible una fusión". Esta imposibilidad no nacía, pues, de diferencias raciales —que antirracismo no admitía— sino culturales.
De regreso al país se lanzó a una lucha sin tregua por concretar el propósito que alentaba. En aras de esta lucha, no escatimó sacrificios. Pese a que pertenecía a una familia importante de la burguesía comercial capitaleña, marginó todo afán de lucro, y rápidamente encontró discípulos y se convirtió en la figura cimera del nuevo movimiento. Era ya el maestro,en camino de devenir el Apóstol.
Fue en el seno de la clase media urbana donde sus ideas encontraron mayor eco. Para entonces, casi toda la aristocracia y demás grupos elevados se hallaban solidarizados con el régimen haitiano, razón por la cual fue imposible obtener, en los primeros años de aquella noble faena, su cooperación. Al irse ensanchando el movimiento, Duarte comprendió que se hacía imprescindible —dado el carácter absolutista del gobierno de Boyer— crear una organización clandestina que, siguiendo el modelo de las sociedades europeas de los "Carbonarios", asumiera la responsabilidadde dirigir las actividades.Así surgió la sociedad "La Trinitaria", que respondió a lo que en el futuro se llamaría una estructura "celular", y cuyos miembros se juramentaron en el momento de la fundación. El lema de esta sociedad fue: "Dios, Patria y Libertad". Luego surgió la sociedad "La Filantrópica", que realizó una importante labor de propaganda mediante la representación de piezas teatrales.
Simultáneamente con el desarrollo del movimiento trinitario, en Haití, la oposición al gobierno de Boyer fue cobrando fuerza, impulsada por hombres de ideas liberales. Con fino sentido político, Duarte estimó conveniente —como paso previo a la independencia— colaborar con la aludida oposición.
A fin de llegar a un concierto al respecto, Ramón Mella —quien desde hacía algún tiempo se había adherido a "La Trinitaria" partió hacia Aux Cayes, a la sazón el mayor centro oposicionista, y obtuvo pleno éxito en su propósito. Boyer no demoró en ser derrocado, y Duarte contribuyó —en función de figura cimera de la rebelión contra Boyer en la zona oriental— a la consolidación de la victoria, mediante una acción bélica que tuvo lugar el 24 de marzo de 1843, en la ciudad de Santo Domingo. Charles Herard asumió el mando en Haití, como miembro de una Junta de Gobierno integrada por él y otros dos generales haitianos. Para asesorar a esta Junta se formó un Consejo Consultivo de ocho miembros, entre los cuales no figuraba ningún dominicano. Pero Duarte aprovechó la mayoría con que contaba dentro del movimiento liberal —también llamado "reformista"— en la región oriental, para crear bajo su dirección una Junta Gubernativa provisional que sirviera de base a la creación de la República Dominicana. Esto último aparecía condicionado por el acopio de armamento, la elaboración de planes militares y aportes económicos. Claro está: tales apoyos sólo podían obtenerse con la ayuda de la burguesía comercial, importadora y exportadora, y de los latifundistas (hateros), grupos que dándose cuenta de la grave situación política que el "reformismo" estaba creando en haití, comenzaron a alentar ideas colonialistas que se concretaron en las negociaciones cuya culminación fue el Plan "Levasseur". No había, pues, la posibilidad de lograr por el momento la aludida ayuda. Pese a ello, Duarte no cejó en el propósito. Envió a Mella al Cibao con el fin de levantar los ánimos e iniciar allí los correspondientes preparativos insurrecionales; y celebró en casa de su tío José Diez una importante reunión "con el intento de ver si podían unificarse las opiniones".
Fracasó en el empeño... Es más: al trasladarse Herard a la zona oriental, no demoró en tener noticias de lo que se tramaba, razón por la cual redujo a prisión en el Cotuí a Ramón Mella y al presbitero Juan Puigvert —que fueron enviados a Haití— y al llegar a la capital —hecho que la Iglesia Católica celebró con un "tedeum"— emprendió la persecución de numerosos ciudadanos, entre los cuales se encontraban Duarte y sus leales discípulos, Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez de la Paz. Catorce de los perseguidos fueron encarcelados, pero los recién citados —al igual que Francisco del Rosario Sánchez, quien después de incorporarse a la sociedad "La Trinitaria" logró prominencia en el movimiento— pudieron esconderse. A la postre, a los tres primeros les fue posible embarcarse hacia el exterior, "no habiéndolos acompañado Sánchez, porque alguna enfermeda le obligó a quedarse oculto, corriendo inmensos peligros".
El barco emprendió rumbo hacia el Sur, y después de varios días de viaje, llegó a playas venezolanas. Desde entonces, y hasta la víspera de su regreso a la patria —ya independizada— Duarte se fijó en Caracas.No realizó allí, al parecer, ninguna actividad remunerativa. Durante esos meses, un pensamiento dominó su ánimo seguir luchando por la independencia nacional y hacer en aras de ella todos los sacrificios necesarios. Visitó al presidente de Venezuela, general Carlos Soublette, con el fin de solicitar su cooperación a la causa. Le fue prometida... Pero las promesas no se cumplieron.
A Caracas apenas llegaban noticias del país.Era lógico que ello apesadumbrara y desesperara a Duarte. Por eso, en una reunión de venezolanos y dominicanos se acordó que Juan Isidro Pérez de la Paz y Pedro Alejandrino Pina, partieran hacia Curazao, ciudad enlazada con Santo Domingo por viajes frecuentes. Es probable que en el curso de esos meses en los cuales junto a la pesadumbre y la desesperación latió en su espíritu la confianza en el porvenir, redactara el proyecto de Constitución para la futura República, el cual por desventura, llegó incompleto a la posteridad.
Próximo a finalizar el año 1843, Duarte recibió una carta de suma importancia, fechada en Santo Domingo el 15 de noviembre y firmada por su hermano Vicente Celestino y por Sánchez. En ella se le reclamaban urgentes auxilios —especialmente en armas y dinero— y se le hacía saber que después de su partida, "todas las circunstancias han sido favorables". Se le decía, además, que era forzoso apresurarse porque "es necesario temer a la audacia de un tercer partido"; y se le recomendaba que regresara de inmediato al país por el puerto de Guayacanes, con el dinero y el material bélico solicitados. Claro está: si bien la noticia de la buena marcha de los trabajos tuvo que alegrarlo, a esta alegría se mezcló el dolor provocado por la imposibilidad en que él se hallaba de acceder al reclamo. En efecto, pese a sus esfuerzos, no había obtenido ayudas, y meses antes había escrito a sus hermanos exigiéndoles que ofrendaran "en aras de la patria, lo que a costa del amor y el trabajo de nuestro padre hemos heredado". De todos modos, decidió partir hacia Curazao y "hallar medios para fletar un buque y dirigirse a Guayacanes". Salió de Caracas "con la muerte en el corazón, sostenido por su fe en la Providencia". Pero no le fue posible llevar a cabo su propósito: una repentina enfermedad lo obligó a permanecer en Curazao, en compañía de Pina y Pérez de la Paz.
En el curso de esas semanas se produjeron en el país importantes acontecimientos... Sin renunciar al colonialismo, la aristocracia y los sectores pudientes se dividieron en lo relativo a las tácticas a seguir y a la potencia a la cual el país debía subordinarse. En lo que respecta a las tácticas, un importante sector de estos grupos sociales (Tomás Bobadilla ejercía la función de máximo asesor) consideró que lo indicado era pactar con los "duartistas" y luchar por la independencia como primer paso para lograr el protectorado de Francia. El vehículo entre este sector burgués y los "duartistas" fue Ramón Mella, y es casi seguro que para principios de diciembre el pacto ya había sido concertado, pero no hay documentación en la cual fundamentarse para afirmar que Duarte tuvo noticias de ello.
La colaboración de ese sector conservador precipitó el curso de los acontecimientos. Dio dinero para los preparativos insurreccionales y de las primeras comunicaciones que sobre el tópico transmitió el cónsul francé St. Denys, al ministro Guizot, se infiere que dicho cónsul tuvo una velada intervención en los preparativos. Además, la referida colaboración introdujo una novedad teórica en el seno del movimiento: en el Manifiesto del 16 de enero de 1844 —que fue redactado por Bobadilla— aparece por primera vez la palabra "separación" y no se habla específicamente de "independencia". Ello revelaba, con toda claridad, un desvío del pensamiento duartiano, y abría el campo a los propósitos proteccionistas o anexionistas.
Las más recientes investigaciones sobre la gesta del 27 de febrero, hacen ver de la importante participación de Bobadilla, quien se vinculó estrechamente con Santana tan pronto éste llegó a Santo Domingo con sus tropas de "seybanos". Nadie se opuso a que él asumiera la presidencia de la Junta Central Gubernativa que hubo de integrarse. De hecho, Bobadilla asumió la jerarquía política de la República en génesis, y Santana la jerarquía militar. Pero era evidente que Duarte no podía ser marginado. Se acordó, pues, que el buque "Leonor" partiera hacia Curazao para traer a Duarte a la República Dominicana.
El 14 de marzo el Apóstol llegó a la nueva capital, donde fue objeto de un entusiasta recibimiento.Al día siguiente fue nombrado miembro de la Junta Central Gubernativa y comandante del Departamento.
El triunfo del movimiento iniciado el 27 de febrero impulsó al presidente haitiano Herard a que fuera invadida la República con un ejército dividido en dos cuerpos, de los cuales uno penetró por el Norte y otro por el Sur. Correspondió a Santana enfrentarse a este último, logrando una resonante victoria en Azua, el 19 de marzo. Pero en vez de capitalizar esta victoria lanzando una activa persecución contra el enemigo, el aun bisoño jefe militar, prefirió retirarse desordenadamente a Baní y exigir al cónsul francés, que hiciera válidas sus promesas relativas al protectorado. Así las cosas, la Junta Central Gubernativa ordenó a Duarte que se dirigiera a Baní, con una fuerza militar organizada por su discípulo Pedro Alejandrino Pina, a fin de llegar a un acuerdo con Santana sobre la estrategia a seguir contra el invasor. Al no ser posible este acuerdo, Duarte requirió de la Junta la necesaria autoridad para actuar por su cuenta, y la respuesta de este organismo, dominado por Bobadilla, fue ordenarle a Duarte que regresara con sus tropas a la capital. La orden fue cumplida. Pero delataba que el pacto que el sector colonialista había concertado con el "duartismo" —cuya fuerza principal la brindaba la clase media—había quedado roto. Advino así una peculiar lucha de clases que a la postre culminó en el triunfo del sector colonialista.
En efecto, al ser derrotado el ejército haitiano que invadió por el Norte en la batalla del 30 de marzo, en Haití se produjo una grave crisis política que fue aprovechada por Santana para imponer su dominio, casi sin combatir, en toda la región del Sudoeste. En esos mismos días, Bobadilla y el doctor Caminero —que eran en la Junta Gubernativa los representantes más señeros del sector colonialista— convocaron a autoridades y "personalidades notables" a una reunión en la cual, con el apoyo del Arzobispo Portes e Infante expresaron sin reparos sus tesis colonialistas y la decisió de dar vigencia al Plan "Levasseur". Presentes en la reunión Duarte y sus discípulos, elevaron una firme protesta. La división en la Junta Central Gubernativa quedó así confirmada, y puesto que no había posibilidad de llegar a un acuerdo, el 9 de junio Duarte resolvió depurar a la Junta, mediante un acto de fuerza. Momentáneamente, el movimiento se impuso... Pero se produjeron fallos en su realización, razón por la cual no pudieron tomarse todas las medidas imprescindibles para consolidar el triunfo. Ante ello —y en vista de que Mella transmitía desde el Cibao noticias alarmantes— la nueva Junta ordenó a Duarte que se dirigiera a esta región del país, para que restableciera "la paz y el orden necesario para la prosperidad pública".
El 24 de junio, partió Duarte hacia la aludida región. Pero los "colonialistas" no se cruzaron de brazos. Informaron a Santana de lo que acontecía, y éste, a la vez que desconoció el nombramiento de la nueva Junta, decidió rebelarse, el 3 de julio, seguido por las tropas que él dirigía. Entretanto, habiendo sido objeto Duarte de entusiastas recibimientos en las poblaciones del Cibao, Mella promovió en esta región un importante movimiento tendiente a llevarlo a la presidencia de la República, honor que el agraciado solo se dispuso a aceptar, si ello respondía a la voluntad de la población, reveló que en el espíritu de Duarte el trasfondo romántico seguía vivo, pues era evidente que no había en aquellos momentos la menor posibilidad de llevar a cabo una consulta popular sobre el punto. No obstante, bien pudo influir en su ánimo la convicción de que, si aceptaba el honroso cargo, nada podría evitar —dadas las circunstancias— el estallido de una guerra fratricida, a la cual él se negaba a contribuir.
La insurrección de Santana triunfó. Con ello, el sector colonialista se hizo dueño del poder y se inició la persecución contra los independentistas radicales. Duarte fue encarcelado en Puerto Plata y remitido a la capital, donde, mediante una resolución gubernamental, fue declarado —al igual que Juan Isidro Pérez de la Paz, Pedro Alejandrino Pina, Ramón Mella, Francisco del Rosario Sánchez, Juan Evangelista Jiménez, Gregorio Delvalle y J. J. Illas— traidor a la patria y expulsado del país. ¡Se inició así para el apóstol el más largo y doloroso de sus ostracismos!
Llegó a Hamburgo, Alemania, y desde allí tomó a los pocos días otro barco que lo llevó a St. Thomas. Luego siguió rumbo a Venezuela, país en cuyo interior estuvo doce años. Al fin, se avecindó en El Apure. Casi nada se sabe de su vida en el curso de esos largos años. Herido en lo más hondo del alma, buscó —como buen romántico— el consuelo de la naturaleza. Pero según afirma su hermana Rosa, escribió sobre la historia de su patria y sobre las costumbres de los pueblos que iba recorriendo. Infortunadamente, todos estos escritos se perdieron, "destruidos por las llamas (o) por el fuego de la ambición, que oculta con el manto de la libertad, destruye cuanto encuentra a su paso". Es casi seguro que no tuvo noticias del decreto de amnistía que en favor de él y de sus compañeros, el gobierno de Jimenes promulgó a principios de septiembre de 1848. ¡Y bien parece que dándose cuenta de que arruinado él y su familia, cualquier esfuerzo de su parte por torcer el rumbo político de su país sería estéril, prefirió que el curso de los acontecimientos desembocaran en una coyuntura propicia para su actuación!
Esta coyuntura no tardó en presentarse. Meses después de haberse producido la anexión de la República a España, en 1961, le llegó la noticia de la misma, se hallaba aún en la zona selvática del río Negro. De inmediato emprendió viaje hacia Caracas. En esta ciudad recibió proposiciones del cónsul español, entre ellas la de nombrarlo Capitán General de la colonia restaurada. Rechazó tales proposiciones, considerándolas indignas. Luego, el Ministro del Interior de Venezuela le ofreció un cargo, y este apreciamiento también fue rechazado, pues si lo aceptaba, tendría que reconocer "por patria el país a que servía".
En relación con estas proposiciones su hermana Rosa da a entender que él le dijo: "Acepté con júbilo la copa de cicuta que sabía me aguardaba el día que mis conciudadanos consideraran que mis servicios no les eran necesarios (pues) a mí me bastaba ver libre, feliz e independiente mi ínsula". Tomó, pues, rumbo hacia la patria en guerra, con la decisión de incorporarse al movimiento restaurador, del cual recibió informes desde Coro, enviados por Pedro Alejandro Pina. El 25 de marzo de 1864 llegó a Monte Cristy y de allí continuó viaje a Guayubín. Desde esta aldea envió una carta al Gobierno Provisional, informando de su presencia allí, y de su disposicióna incorporarse a la lucha bélica. El Gobierno le contestó mostrando regocijo por su llegada.
Entre otras cosas, la respuesta —firmada por Ulises F. Espaillat, Ministro de Relaciones Exteriores, encargado de la vicepresidencia— dice: "La Historia de los padecimientos de esta patria es la historia de su gloria". Dos semanas después, el gobierno volvió a dirigirse a él expresándole que "habiendo aceptado... los servicios que de una manera tan espontánea se ha servido usted ofrecernos, ha resuelto utilizarlos encomendándole a la República de Venezuela una misión de cuyo objeto se le informará oportunamente. En esta virtud, mi Gobierno espera que usted se servirá alistarse para emprender viaje"...
Pese a que el Apóstol ansiaba "participar de los riesgos y peligros que arrostran en los campos de batalla los que con las armas en la mano sostienen con tanta gloria los derechos sacrosantos de nuestra querida patria", se inclinó ante el requerimiento. En realidad, la República en armas necesitaba entonces de la ayuda moral y material de las naciones americanas fraternas, y nadie estaba más indicado para solicitar esta ayuda, que el Padre de la Patria. Partió, pues, hacia Haití, y desde allí se dirigió a St. Thomas; luego siguió viaje al continente, vía Curazao. Ya en noviembre se hallaba en Venezuela, donde tuvo noticias del establecimiento del nuevo gobierno restaurador, nacido de la depuración que en las filas del movimiento llevó a cabo el benemérito general Gaspar Polanco.
Desde Caracas, le escribió al Ministro de Relaciones Exteriores una importantísima carta de la cual extraemos los siguientes párrafos:
"Quedó impuesto de las razones del Gobierno respecto de su conducta con los traidores, y no quedo menos que decir a usted que mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones: el Gobierno debe mostrarse justo y enérgico en las presentes circunstancias o no tendremos patria y por consiguiente, libertad ni independencia nacional..."
"Báez dice en Curazao (a mí no me lo ha dicho pues no lo he visto), que en el Cibao se trata de una nueva anexión a los Estados Unidos, y que esto los hace estar tan orgullosos, otros suponen un partido haitiano y aún no hay quien hable de un afrancesado. Esto es falso de toda falsedad: en Santo Domingo no hay más que un pueblo que desea ser y se ha proclamado independiente de toda potencia extranjera, y una fracción miserable que siempre se ha pronunciado contra esta ley, contra este querer del pueblo dominicano... Ahora bien: si me pronuncié dominicano dominicano independiente desde el 16 de julio de 1838, cuando los nombres de libertad, patria y honor nacional se hallaban proscritos como palabras infames, y por ello merecí (en el año 1843) ser perseguido a muerte por esa facción entonces haitiana; si después, en el año 44 me pronuncié contra el protectorado francés ideado por esos facciosos y cesión a esta potencia de la península de Samaná, mereciendo por ello todos los males que sobre mí han llovido; si después de veinte años de ausencia he vuelto espontáneamente a mi patria a protestar con las armas en la mano contra la anexión a España, llevada a cabo a despacho del voto nacional por la superchería de ese bando traidor y patricida, no es de esperarse que yo deje de protestar (y conmigo todo buen dominicano) cual protesto y protestaré siempre, no digo tan sólo contra la anexión de mi patria a los Estados Unidos, sino a cualquiera otra potencia de la tierra, y al mismo tiempo, contra cualquier tratado que tienda a menoscabar en lo más mínimo nuestra independencia nacional y cercenar nuestro territorio o cualquiera de los derechos del pueblo dominicano".
Evidentemente, esos párrafos delatan el nacionalismo integral del Apóstol, del cual da también testimonio el Art. 6º de su proyecto de Constitución.
Su misión en la América del Sur, terminó al producirse la restauración de la República. Encontrándose en el poder el general Cabral, vislumbró las desventuras que se cernían sobre el país. Es más: se quejó indirectamente de hallarse, una vez más, en el ostracismo. Escribió: "¿Qué más se quiere del patriota? ¿Se quiere que muera lejos de su patria, él que no pensó sino en rescatarla; y con él sus deudos, sus amigos, sus compañeros, sus compatriotas que no sean bastante viles para humillarse y adorar el poder satánico que adueñado de la situación hace más de veinte años, dispone a su antojo del honor, de la vida, de las propiedades, de los mejores servidores de ese pueblo heroico hasta en el sufrimiento y tan digno de mejor suerte?" ¡Palabras terribles! ¡Anatema —hecho llama— contra los traidores! ¡Reconocimiento de la guerra a muerte entre los que tienen "hambre y sed de justicia" y los "iscariotes, escribas y fariseos"¡ Pese a la visión de ese porvenir aciago, no perdió la fe en su pueblo. Pues su religiosidad lo hacía confiar en la Providencia, y el juicio de Dios es "justiciero". Pero correspondía al hombre puro precipitar ese juicio. Mostró, por tanto, la disposición de contribuir a ello. Quiso, por tanto, reintegrarse a la lucha, "pues el amor de la patria nos hizo contraer compromisos sagrados con la generación venidera (y) necesario es cumplirlos o renunciar a la idea de aparecer ante el tribunal de la historia con el honor de hombres libres, fieles y perseverantes".
No pudo satisfacer esta voluntad... Enfermo de cuerpo y de alma, su vida se fue gradualmente apagando hasta hundirse en la muerte el 15 de julio de 1876.
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